13 de marzo de 2013

Crónica de las Bodas de Isabel de Segura 2013

Pasada ya una luna desde nuestra partida de tierras turolenses, escribo esta misiva para dar traslado a vuesas mercedes de las experiencias de que gozamos en tamaño acontecimiento.

Tiempo ha que en las dependencias del Señor Lope de Garcés, Tenente del Castellar, Alagón y Pedrola, se personó un mensajero que portaba una invitación para las bodas de Don Pedro de Azagra, señor de Albarracín (descendiente del Señor), con Doña Isabel de Segura. Tendrían lugar los festejos entre los días 15 y 17 de febrero, en la ciudad de Teruel. Don Lope aceptó de buena gana la invitación, confirmando su asistencia, junto a su esposa, Doña María de Pallars, y dos de sus siervos: Horiulfo (palafrenero mayor, quien humildemente les habla) y Antonio.



Viernes 15
Llegó, pues, la fecha del enlace y nuestra delegación salió del Castellar con el ánimo elevado pero el número reducido, pues Antonio debió quedarse terminando algunos trabajos en el castillo y retrasó un día su viaje. Arribamos a Teruel cuando la noche ya la había cubierto con su oscuro manto y nos aprestamos a instalar nuestros aposentos, tras lo cual cambiamos nuestras ropas por otras más adecuadas, pues la guisa del viaje no hubiera sido apropiada.


Marchamos ya rumbo al Campamento de los Fueros, do reencontráronse los señores con antiguas amistades y degustamos las ricas viandas preparadas por Bastimento: sopa de almendras tostadas y rape, ternera a los piñones y bizcocho. Debimos fiarnos de nuestro sentido del gusto y el olfato para discernir lo que comíamos, pues la vista se encontraba capitidisminuida debido a la ausencia de velas en nuestra mesa (error de previsión que no volverá a repetirse).


Ya con los estómagos llenos, dispusímonos a cruzar el viaducto, en dirección al Campamento Almogávar, con intención de rendir visita a aquellos con los que tantas veces compartieron batalla y mesa el Señor Garcés y la Señora Pallars (si bien pudiera parecer que esto fue ya en una vida anterior). Al grito de “¡¡Abran paso al Señor Garcés y su Señora!!”, y precedidos por el palón del Castellar, hicimos acto de presencia entre dichas gentes, que mostraron su proverbial hospitalidad, ofreciéndonos comida, bebida y cobijo junto al fuego, donde trataban de elaborar un extraño brebaje engullido por las llamas (con escasa suerte, si se me permite decirlo).

Los Señores y el palafrenero en compañía de los almogávares.

Emprendimos viaje de regreso al Campamento de los Fueros cuando ya la fecha era otra, llegando justo a tiempo para escuchar los últimos cantares del Señor de Urrea (junior), que allí entretenía a los parroquianos con sus versos de lengua afilada, a la luz de unos faroles. Una vez terminado el recital, y tras departir brevemente con algunos de los presentes, decidimos ya dirigirnos a nuestros lechos, no sin antes mostrar el camino hacia su posada a una compañía de la Orden de Calatrava que allí acababa de personarse.



Sábado 16
El sábado por la mañana amanecimos con las fuerzas renovadas, dispuestos a participar en un buen número de actividades. Tras un reparador desayuno, acudimos de nuevo al Campamento de los Fueros: ésta vez para tomar parte en los juegos de guerra, que tendrían lugar a continuación. Mientras asistía a mi Señor en la preparación para la batalla, acercáronse dos individuos, provistos de extrañas máquinas para captar imágenes, interesados por las prendas que se estaba enfundando. Si alguno supiereis quiénes eran estas gentes, os rogamos que nos hagáis partícipes de dicha información, pues si nuestras almas están capturadas en algún soporte, nos gustaría poder conservarlo. Después vino ya el momento de entrar en liza, mostrando el Señor Garcés su agudo manejo de la espada – aunque esto no le libró de perecer en varias ocasiones, provocando sucesivos movimientos del palón, arriba y abajo. Fue éste el momento en que se unió a nosotros el cuarto miembro de la delegación, recién llegado de sus labores en el castillo.

Parte el Señor rumbo a la batalla, dejando atrás a la Señora.

Con los músculos ya entonados, nos unimos a la comitiva que tomaría parte en la Batalla de Cofiero. Mi señor, pese a contar con lazos de sangre con el Señor de Albarracín, decidió engrosar las filas del Rey, a quien debe su lealtad, así como las tierras de las que es Tenente. Fue ésta una batalla épica, que será recordada por largo tiempo, y en la que las tropas del Rey consiguieron reducir a los traidores del Señor de Albarracín. Desgraciadamente, cuando ya se había puesto cabo al enfrentamiento, un desafortunado incidente provocó una dolorosa lesión en el pie a uno de los combatientes en el bando real. Esperamos que su recuperación fuese rápida y plena.

Era ya momento de restaurar fuerzas con otra sabrosa comida: hodra de verduras, cerdo en salsa de pasas y requesón con nueces. Los siervos, como era menester, nos encargamos de preparar la mesa, servir a los señores y lavar los platos. La reciente constitución de esta delegación nos impidió tener todas las infraestructuras necesarias, que hubieran permitido que siervos y señores comiéramos en mesas separadas, pero Don Lope de Garcés y Doña María de Pallars, en su tremenda generosidad, nos permitieron yantar en su compañía.

En el yantar y en el palafrenear, todo es empezar.

Por la tarde apenas hubo lugar para el sosiego. Primero regresamos al Campamento Almogávar, para acompañarles en su desfile y posterior subasta de cautivas. Ante el número ligeramente mermado de miembros de la Compañía, nuestro Señor, en un nuevo gesto gracioso, nos encomendó ayudarles en el porteo de estandartes y banderas. Ya llegados al emplazamiento donde la venta había de tener lugar, el Señor Garcés participó en la puja, con intención de engrosar su servidumbre con una buena moza que satisficiese las demandas de su Señora (y, dado el caso, también el de sus otros sirvientes en las frías noches de invierno), pero la providencia no estuvo esta vez de su parte. Fue, no obstante, un acto repleto de algarabía y jocosidades, del que disfrutamos mucho y que recomendamos a vuesas mercedes en caso de que tengan la oportunidad de presenciarlo en el futuro. 

Sin tiempo que perder, nos abrimos paso hasta el Campamento de los Fueros (de nuevo, al grito de “¡¡Abran paso al Señor Garcés y su Señora!!”), pues debíamos acicalarnos convenientemente para integrar el desfile que acompañaría la reentrada en Teruel de Don Diego de Marcilla (también emparentado con nuestro Señor, con quien comparte emblema heráldico), tras su larga ausencia en el frente. La Señora Doña María de Pallars, cuya participación en este evento no estaba autorizada, gozó de la compañía de la Señora de Urrea, contemplándolo ambas desde fuera. Aunque estuvimos valorando la posibilidad de permanecer en las inmediaciones del desfile, para poder así presenciar el reencuentro de Don Diego de Marcilla con Doña Isabel de Segura, terminamos por deponer nuestras intenciones y, en distintos grupos (por un lado la Señora, por otro Antonio y por otro el Señor con su palafrenero), nos encaminamos de vuelta al Campamento de los Fueros, para disfrutar de la exquisita cena: hechura de monte, plato invernal, uvas y queso. Ésta vez sí que pudimos apreciar visualmente lo que encontrábase en nuestros platos, ya que cada uno de los subgrupos generados por la tarde decidió, de forma autónoma, comprar velas, de modo que de repente nos encontramos con suficiente cera para iluminar un castillo entero. Y fue a la luz de estas velas donde recibimos la más que agradable visita del Señor de Urrea (senior) y su séquito, con quienes compartimos vino y buena conversación, en espera de los acontecimientos solemnes (en teoría) que tendrían lugar por la noche.

Tras la grandísima expectación creada por el acto de proclamación de caballeros, que llegó a hacer dudar a la organización si sería necesario instalar gradas supletorias para acoger a todo el público que se iba a congregar, dio comienzo el acto. El Señor de Urrea (junior), como máximo representante de Fidelis Regi, procedió a la lectura del juramento. Nadie esperaba, sin embargo, que un infortunado lapsus linguae diera al traste con todo el boato que había caracterizado a esta ceremonia en el pasado, dando paso a un sinfín de chascarrillos y maledicencias posteriores. Y es que no hay persona libre del error en un discurso, por muy “ducha” que sea en el arte de la oratoria.

Arriba: documento de bienvenida de Fidelis Regi a la comunidad recreadora.
Abajo: certificado de asistencia de "Milites Supra Çaragoça".

A continuación, con la misma gente allí reunida, Fidelis Regi, a través de la figura de Don Artal de Alagón (descendiente directo del señor Garcés), nos dio la bienvenida a esta comunidad de hermanos recreadores y nos hizo entrega de un documento que así lo acreditaba. Quedamos, ante esta desprendida muestra de afecto, profundamente agradecidos, de forma que no habrá favor que de nuestras voluntades o nuestras espadas dependa que no les sea concedido. De momento, y hasta que el momento llegue, baste como pago la imagen grabada del portón de nuestro castillo que, a modo de pequeño recuerdo, les entregamos.

Aunque encontrábamonos exhaustos por tan largo día, el Señor Garcés y un servidor quedámonos todavía un tiempo junto al fuego, donde el relato de historias, el agrio maullar de un gato tañido suavemente por Don Pero Cornel y las bondades de unas mágicas luces expuestas por un compañero de hoguera nos mantuvieron en vilo hasta horas en las que la prudencia aconsejó ya retirarse, en previsión de los actos que aún quedaban por desarrollarse el último día.

Que no os engañe la forma de instrumento del gato que sujeta entre las manos.


Domingo 17
Con profundo pesar, pero sin perdonar el correspondiente desayuno, nos reunimos con el resto del cortejo fúnebre que acompañaría a Don Diego de Marcilla tras los desafortunados acontecimientos del sábado. Debimos, una vez más, participar por separado: Antonio, portando el palón bocabajo, encontrábase al principio de la comitiva; el Señor Garcés, con su atuendo militar, y Horiulfo el palafrenero, haciendo sonar un cuerno en señal de duelo, situábanse en la parte posterior; la Señora Doña María de Pallars, por su parte, debió de ausentarse de la ciudad de forma precipitada, pero coméntase que se vio a una mujer almogávar de facciones muy similares entre las gentes que daban su último adiós al finado.

No pudo, éste que les habla, vislumbrar el triste reencuentro con Doña Isabel de Segura, con su dramático desenlace. Sí que llegamos, sin embargo, a tiempo para escuchar “el momento del beso”, junto a la canción de cierre y el último discurso desde el balcón (que me conmovió profundamente). Llenóme esto de júbilo, junto con la generosidad anterior de otra amable dama que me permitió sujetar las bridas de su apuesto corcel, de modo que me resulte más sencillo mostrar en qué consiste mi labor de palafrenero mayor.

Era ya hora de hacer un alto para reponer energías y así lo hicimos, degustando unas sopas de ajo, quesada de cordero y fruta. Recogimos y fregamos los enseres por última vez y, con el beneplácito del Señor, procedimos a almacenarlos en nuestro carruaje.

El Señor dando el visto bueno a la limpieza de enseres.

Tras esto llegó ya el momento de las despedidas, tanto en el propio Campamento de los Fueros (donde se nos hizo entrega de otro documento, certificando la asistencia de la “Milites Supra Çaragoça”), como en el Campamento de los Almogávares. En éste segundo hicimos entrega de otra imagen del portón de nuestro castillo, en reconocimiento de los años de estrecha colaboración y amistad de estos valerosos guerreros con el actual Tenente del Castellar, Alagón y Pedrola, y su Señora. Para entonces el siervo Antonio ya había partido de vuelta a nuestras dependencias, con intención de tener todo listo en el momento de la llegada de los señores. 

Hicimos algunas breves paradas en nuestra vía de regreso a nuestros aposentos, para realizar algunas compras a mercaderes que comerciaban en los alrededores y, tras las últimas despedidas, empacamos los bártulos, mudamos nuestras ropas por otras más acordes y pusimos rumbo al castillo que nosotros llamamos hogar.

No penséis con esto que nuestra mente abandonó de inmediato Teruel, pues el trayecto de regreso estuvo copado por conversaciones sobre lo vivido y sobre proyectos futuros, incluido uno, ya bastante avanzado, para difundir la historia de los Amantes de Teruel entre los más pequeños, que esperamos poder compartir con vuesas mercedes el próximo año.

Así pues, solo nos queda agradecer a todas las gentes con las que nos encontramos en tierras turolenses su hospitalidad y el afecto mostrado, esperando poder coincidir de nuevo pronto. Y hasta entonces, muchos besos, porque “un beso tiene más fuerza que mil guerras; más poder que el dinero y sus gobiernos. Lo más lejano a la muerte siempre es un beso”.

Antonio, Doña María de Pallars, Don Lope de Garcés y Horiulfo.