No
habíanse completado siquiera dos ciclos lunares desde su retorno de
Ciutadilla, cuando una representación de los Guardianes del
Castellar aprestose a emprender un nuevo viaje allende los muros del
castillo.
Era
ésta una invitación irrechazable, en la que el Rey Alfonso I –
estrechamente ligado al Señor Garcés desde su más tierna infancia
– convidábales a unirse a él en los solemnes actos de rendición
de la ciudad mora de Qal'at Ayyub, así como en las consiguientes
celebraciones.
Fue,
pues, que con alborozo confirmaron su asistencia a la Compañía
Miles Seculi, portadores del mensaje. Mas tratábase, sin embargo, de
un grupo inaudito hasta la fecha, como podrán comprobar a
continuación.
Digna
es de remarcarse en primer lugar, como su alcurnia merece, la
ausencia de Don Lope Garcés. Debiose ésta a otro compromiso,
concertado tiempo ha, por el que debía desplazarse a tierras de
Castilla, en compañía de otras buenas gentes aragonesas, para tomar
parte en los fastos que allí habían de tener lugar. Con profundo
pesar, por no poder reencontrarse con su protegido Alfonso I, debió
así partir en otra dirección, encomendando a la Señora de Pallars
y al capitán de la guardia el mando de la comitiva.
Mas
no fue esta la única novedad. A la ya habitual presencia de los
citados miembros y del humilde Horiulfo, uniose en esta ocasión la
de una nueva doncella al servicio de la Señora, venida de tierras de
Cumania, al noroeste de Bizancio. Su diligencia e ilustración
generaron alabanzas a Doña María de Pallars, por el tino de
acogerla a su servicio.(1)
Fueron
así cuatro los componentes que personáronse en el campamento de
Qal'at Ayyub, mas no sin dificultades. Quiso la ventura que,
hallándose en busca de emplazamiento para su tienda, pidieran ayuda
a un hombre del lugar que, lejos de asistirles en su demanda,
retúvoles más tiempo del que el buen entendimiento dicta, con
repetidos e insistentes ofrecimientos de dulces néctares,
generándoles problemas con la guardia de la ciudad por el incorrecto
estacionamiento de su carruaje. Por fortuna, pudo desfacerse el
entuerto sin consecuencias y la expedición arribó a su destino
precedida por escolta oficial, como corresponde a su clase.
Toda
vez instalados sus aposentos, integráronse con el resto de tropas
para presenciar la capitulación de la Ciudad, que había de tener
lugar a continuación.
Con
el espíritu encendido tras la victoria - ¡Dios lo quiere!, repetían
los presentes –, y el estómago repleto merced a una opípara cena,
Horiulfo y la doncella (que respondía al nombre de Cristina)
marcharon al encuentro de un amable villano que habíase ofrecido
como guía de la ciudad. No le era éste desconocido a Horiulfo, pues
había compartido plática y mesa con Bebo (que ése era su nombre)
durante largos ratos frente a la lonja en la ciudad de Çaragoça, ya
bajo control cristiano.
Los
tres, en celebración de los gozosos acontecimientos acaecidos
aqueste día, se entregaron a la música y el baile hasta altas horas
de la madrugada. Primero en el energético concierto ofrecido por
Wyrdamur en la Plaza del Olivo y, más tarde, en otros locales y
tabernas de cuestionable reputación, en los que se adentraron tras
el liderazgo de Bebo.
Amaneció
el segundo día no mucho después de que se hubieran acostado, mas no
fue esto óbice para que se acicalasen raudos y se uniesen al resto
de compañeros junto a la mesa donde se servía el desayuno.
La
mañana se presentaba tranquila; circunstancia que aprovechó la
Señora de Pallars para dar un breve paseo por el mercado local,
asistida por el resto del grupo.
De
vuelta al campamento, presenciaron atentamente cómo vestían al
Caballero de Honor del evento y se encaminaron al campo de batalla,
donde Antonio, capitán de la guardia, iba a poner su espada al
servicio del bando almogávar, que veía negada su paga. Además,
Horiulfo fue también reclutado, en este caso como azconero,
combatiendo así junto a su padre. Resultó ser una cruenta lucha,
corta pero intensa, que produjo múltiples bajas en ambos bandos, y
que finalmente pudo resolverse de forma amistosa, procurándose el
pago de las soldadas pendientes a los almogávares supervivientes.
La
comida y el posterior descanso contribuyeron a curar las heridas, de
modo que todos los miembros estaban ya repuestos cuando Bebo, el
amable villano qalatayubí, volvió al campamento para guiarles en
una visita a pie de los enclaves más importantes de la villa.
Retornaron
a continuación a sus aposentos y se prepararon para integrar el
Desfile Triunfal de la Victoria, que iba a comenzar en breves
momentos. En él, las huestes cristianas recorrieron las rúas
bilbilitanas camino de San Pedro de los Francos, do el Gobernador
Almorávide procedió a la entrega oficial de las llaves de la Ciudad
a Alfonso I. El Rey, a su vez, mostró su magnanimidad reconociendo a
sus nuevos vasallos la libertad de culto (previo pago, eso sí, de un
impuesto, que solo pudo recaudarse gracias a la contribución judía).
Habiendo
ya pasado la ciudad, oficialmente, a manos cristianas, las tropas
leales a Alfonso I realizaron, esa misma noche, un desfile de
antorchas a lo largo de “Calatayud” (denominación adoptada tras
la reconquista), en el que también tomaron parte Doña María de
Pallars y su séquito.
Pero
aún quedaba mucha noche por delante, y los Guardianes del Castellar
no tenían intención de renunciar a ella. Apostáronse, pues,
próximos a los artistas almogávares de Lurte, que iban a deleitar a
los presentes con sus más recientes creaciones. Con los primeros
acordes desatose la algarabía y el desenfreno en la plaza, dando
rienda suelta a la tensión acumulada durante la batalla de Cutanda y
las subsiguientes negociaciones para la entrega de la ciudad.
Terminose
el gran espectáculo de Lurte y no fueron pocos los que encamináronse
de vuelta al campamento; pero la compañía castellarina no se
contaba entre ellos. Cristina y Horiulfo dejáronse arrastrar, de
nuevo en compañía de Bebo, a las tabernas que ya habían visitado
la noche previa, con la promesa de la Señora de Pallars de que se
reuniría con ellos tan pronto fuese liberada de otros asuntos que
requerían de su intervención inmediata.
Fiel
a su palabra, personose la Señora en la taberna horas más tarde,
apenas con tiempo suficiente para presenciar el baile de un extraño
ser de escasa estatura que atrajo miradas inquisitivas en derredor.
El
amanecer del tercer día resultó ser mucho más duro que el
precedente, pues los festejos por el traspaso de llaves se habían
prolongado hasta horas cercanas al alba. Afortunadamente, el único
acto al que debían hacer frente esa mañana era la liza de
caballeros, en la que había de participar Antonio – quien,
prudentemente, retirose anticipadamente de la celebración.
Los
caballeros participantes en estas lides mostraron su gran habilidad
en el manejo de la espada, pero fue una vez más el Caballero Karl
quien salió triunfante del encuentro.
El
viaje se encaminaba ya a su final y las escasas fuerzas
desaconsejaban emprender nuevas empresas más allá de lo
estrictamente necesario. Así pues, tras el pago de la soldada por
parte de Miles Seculi y la agradable comida compartida con el resto
de grupos asistentes - y un escueto pero reparador descanso –,
dispusiéronse a recoger todos sus enseres, cargarlos en el carruaje
y poner rumbo de vuelta al Castellar.
Cual
fue su sorpresa, sin embargo, cuando, ya tras los muros del castillo,
mientras descargaban el equipaje, comprobaron que el palón de la
compañía había desaparecido. Este ultraje a su enseña, debido,
sin duda alguna, a algún tipo de encantamiento formulado por
hechiceros almorávides despechados, supuso un duro golpe para los
Guardianes del Castellar. Pero no todo estaba perdido: dirigiose
raudo el palafrenero mayor al establo, ensilló al más veloz caballo
disponible y envió un emisario de vuelta a Calatayud, con órdenes
expresas de encontrar a Bebo y encomendarle la recuperación y
custodia del palón hasta nueva orden.
Fue
así que se hizo, y gracias a Bebo, el amable villano, el palón
prisionero quedó nuevamente sano y salvo.
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(1)
N.E.: resulta enigmática la referencia a esta doncella, cuyo origen
y destino nos son desconocidos y cuya presencia nos consta únicamente
en este viaje.Cristina, la doncella cumana. |