5 de julio de 2013

Capítulo XVII: De Qal'at Ayyub, el amable villano y el palón prisionero

No habíanse completado siquiera dos ciclos lunares desde su retorno de Ciutadilla, cuando una representación de los Guardianes del Castellar aprestose a emprender un nuevo viaje allende los muros del castillo.
Era ésta una invitación irrechazable, en la que el Rey Alfonso I – estrechamente ligado al Señor Garcés desde su más tierna infancia – convidábales a unirse a él en los solemnes actos de rendición de la ciudad mora de Qal'at Ayyub, así como en las consiguientes celebraciones.

Fue, pues, que con alborozo confirmaron su asistencia a la Compañía Miles Seculi, portadores del mensaje. Mas tratábase, sin embargo, de un grupo inaudito hasta la fecha, como podrán comprobar a continuación.

Digna es de remarcarse en primer lugar, como su alcurnia merece, la ausencia de Don Lope Garcés. Debiose ésta a otro compromiso, concertado tiempo ha, por el que debía desplazarse a tierras de Castilla, en compañía de otras buenas gentes aragonesas, para tomar parte en los fastos que allí habían de tener lugar. Con profundo pesar, por no poder reencontrarse con su protegido Alfonso I, debió así partir en otra dirección, encomendando a la Señora de Pallars y al capitán de la guardia el mando de la comitiva.

Mas no fue esta la única novedad. A la ya habitual presencia de los citados miembros y del humilde Horiulfo, uniose en esta ocasión la de una nueva doncella al servicio de la Señora, venida de tierras de Cumania, al noroeste de Bizancio. Su diligencia e ilustración generaron alabanzas a Doña María de Pallars, por el tino de acogerla a su servicio.(1)
Comitiva de los Guardianes del Castellar en Qal'at Ayyub.


Fueron así cuatro los componentes que personáronse en el campamento de Qal'at Ayyub, mas no sin dificultades. Quiso la ventura que, hallándose en busca de emplazamiento para su tienda, pidieran ayuda a un hombre del lugar que, lejos de asistirles en su demanda, retúvoles más tiempo del que el buen entendimiento dicta, con repetidos e insistentes ofrecimientos de dulces néctares, generándoles problemas con la guardia de la ciudad por el incorrecto estacionamiento de su carruaje. Por fortuna, pudo desfacerse el entuerto sin consecuencias y la expedición arribó a su destino precedida por escolta oficial, como corresponde a su clase.

Toda vez instalados sus aposentos, integráronse con el resto de tropas para presenciar la capitulación de la Ciudad, que había de tener lugar a continuación.
Con el espíritu encendido tras la victoria - ¡Dios lo quiere!, repetían los presentes –, y el estómago repleto merced a una opípara cena, Horiulfo y la doncella (que respondía al nombre de Cristina) marcharon al encuentro de un amable villano que habíase ofrecido como guía de la ciudad. No le era éste desconocido a Horiulfo, pues había compartido plática y mesa con Bebo (que ése era su nombre) durante largos ratos frente a la lonja en la ciudad de Çaragoça, ya bajo control cristiano.

Los tres, en celebración de los gozosos acontecimientos acaecidos aqueste día, se entregaron a la música y el baile hasta altas horas de la madrugada. Primero en el energético concierto ofrecido por Wyrdamur en la Plaza del Olivo y, más tarde, en otros locales y tabernas de cuestionable reputación, en los que se adentraron tras el liderazgo de Bebo.

Amaneció el segundo día no mucho después de que se hubieran acostado, mas no fue esto óbice para que se acicalasen raudos y se uniesen al resto de compañeros junto a la mesa donde se servía el desayuno.

La mañana se presentaba tranquila; circunstancia que aprovechó la Señora de Pallars para dar un breve paseo por el mercado local, asistida por el resto del grupo.
Visita de la Compañía al Mercado.


De vuelta al campamento, presenciaron atentamente cómo vestían al Caballero de Honor del evento y se encaminaron al campo de batalla, donde Antonio, capitán de la guardia, iba a poner su espada al servicio del bando almogávar, que veía negada su paga. Además, Horiulfo fue también reclutado, en este caso como azconero, combatiendo así junto a su padre. Resultó ser una cruenta lucha, corta pero intensa, que produjo múltiples bajas en ambos bandos, y que finalmente pudo resolverse de forma amistosa, procurándose el pago de las soldadas pendientes a los almogávares supervivientes.

La comida y el posterior descanso contribuyeron a curar las heridas, de modo que todos los miembros estaban ya repuestos cuando Bebo, el amable villano qalatayubí, volvió al campamento para guiarles en una visita a pie de los enclaves más importantes de la villa.

Retornaron a continuación a sus aposentos y se prepararon para integrar el Desfile Triunfal de la Victoria, que iba a comenzar en breves momentos. En él, las huestes cristianas recorrieron las rúas bilbilitanas camino de San Pedro de los Francos, do el Gobernador Almorávide procedió a la entrega oficial de las llaves de la Ciudad a Alfonso I. El Rey, a su vez, mostró su magnanimidad reconociendo a sus nuevos vasallos la libertad de culto (previo pago, eso sí, de un impuesto, que solo pudo recaudarse gracias a la contribución judía).


Habiendo ya pasado la ciudad, oficialmente, a manos cristianas, las tropas leales a Alfonso I realizaron, esa misma noche, un desfile de antorchas a lo largo de “Calatayud” (denominación adoptada tras la reconquista), en el que también tomaron parte Doña María de Pallars y su séquito.
Desfile de antorchas.


Pero aún quedaba mucha noche por delante, y los Guardianes del Castellar no tenían intención de renunciar a ella. Apostáronse, pues, próximos a los artistas almogávares de Lurte, que iban a deleitar a los presentes con sus más recientes creaciones. Con los primeros acordes desatose la algarabía y el desenfreno en la plaza, dando rienda suelta a la tensión acumulada durante la batalla de Cutanda y las subsiguientes negociaciones para la entrega de la ciudad.

Terminose el gran espectáculo de Lurte y no fueron pocos los que encamináronse de vuelta al campamento; pero la compañía castellarina no se contaba entre ellos. Cristina y Horiulfo dejáronse arrastrar, de nuevo en compañía de Bebo, a las tabernas que ya habían visitado la noche previa, con la promesa de la Señora de Pallars de que se reuniría con ellos tan pronto fuese liberada de otros asuntos que requerían de su intervención inmediata.
Fiel a su palabra, personose la Señora en la taberna horas más tarde, apenas con tiempo suficiente para presenciar el baile de un extraño ser de escasa estatura que atrajo miradas inquisitivas en derredor.


El amanecer del tercer día resultó ser mucho más duro que el precedente, pues los festejos por el traspaso de llaves se habían prolongado hasta horas cercanas al alba. Afortunadamente, el único acto al que debían hacer frente esa mañana era la liza de caballeros, en la que había de participar Antonio – quien, prudentemente, retirose anticipadamente de la celebración.
Los caballeros participantes en estas lides mostraron su gran habilidad en el manejo de la espada, pero fue una vez más el Caballero Karl quien salió triunfante del encuentro.
Caballeros preparados para la liza.


El viaje se encaminaba ya a su final y las escasas fuerzas desaconsejaban emprender nuevas empresas más allá de lo estrictamente necesario. Así pues, tras el pago de la soldada por parte de Miles Seculi y la agradable comida compartida con el resto de grupos asistentes - y un escueto pero reparador descanso –, dispusiéronse a recoger todos sus enseres, cargarlos en el carruaje y poner rumbo de vuelta al Castellar.

Cual fue su sorpresa, sin embargo, cuando, ya tras los muros del castillo, mientras descargaban el equipaje, comprobaron que el palón de la compañía había desaparecido. Este ultraje a su enseña, debido, sin duda alguna, a algún tipo de encantamiento formulado por hechiceros almorávides despechados, supuso un duro golpe para los Guardianes del Castellar. Pero no todo estaba perdido: dirigiose raudo el palafrenero mayor al establo, ensilló al más veloz caballo disponible y envió un emisario de vuelta a Calatayud, con órdenes expresas de encontrar a Bebo y encomendarle la recuperación y custodia del palón hasta nueva orden.

Fue así que se hizo, y gracias a Bebo, el amable villano, el palón prisionero quedó nuevamente sano y salvo.
Bebo, el amable villano, y el palón recuperado.


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(1) N.E.: resulta enigmática la referencia a esta doncella, cuyo origen y destino nos son desconocidos y cuya presencia nos consta únicamente en este viaje.
Cristina, la doncella cumana.