25 de mayo de 2013

El manuscrito medieval: Viaje a Ciutadilla

Hemos encontrado un manuscrito medieval, aparentemente redactado por un monje del s. XIII, que narra las aventuras y desventuras de los Guardianes del Castellar. Sabíamos poco, hasta la fecha, sobre esta intrigante compañía de pobladores del medievo que, aparentemente, recorrió amplias distancias para encontrarse con otros grupos de su misma naturaleza.

Iremos compartiendo fragmentos de este manuscrito conforme vayamos descifrándolos y transcribiéndolos. Comenzamos, de momento, con el Capítulo XVI, ya que los anteriores parecen haberse perdido con el paso de los siglos.

Lo acompañamos a continuación para vuestro disfrute, junto con algunas imágenes que ilustran la historia.

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CAPÍTULO XVI
Del viaje a la fortaleza de Ciutadilla, el fuego y los seres voladores

Iniciose aqueste viaje con la llegada al Castillo de una paloma, la cual portaba un mensaje de la Compañía de Arquers del Rei Jaume, convidándoles a asistir a su XI Encuentro de Grupos, en la preciosa localidad de Ciutadilla. Conscientes de que por aquellos lares no es permitido el pernoctar en gran salón comunal -como habían acostumbrado -, decidiéronse, como ya relatamos, a preparar un pequeño campamento en el que intentar hacer sus días fuera de la fortaleza lo más agradables posible.

Ya con todos los aparejos listos, llegó el 3 de mayo, día de ponerse en camino hacia el destino. Una vez más, lamentablemente, la intendencia del castillo obligó a la compañía a realizar el viaje en dos grupos, marchando una parte el viernes por la noche y el resto el sábado por la mañana.
Llegada, pues, la primera parte del contingente, dispusiéronse a instalar la tienda y el mobiliario y, para hacer ver que la zona estaba ahora habitada por la compañía, procediose al clavado del palón del Castellar junto a la entrada de la tienda. Realizose todo ello bajo la atenta mirada de un extraño ser volador (quizá dragón -comentaban unos-, quizá demonio -espetaban otros).
Castillo de Ciutadilla al atardecer.

Tras rematar esta ardua faena -con mayor habilidad de la mostrada en el ensayo previo-, y a medias entre la luz del ocaso y la de una linterna (también fabricada por los artesanos para la ocasión), procedieron a tomar la cena, elaborada en las cocinas castellarinas. Acostose luego la señora sin tardanza, pues estaba exhausta tras el largo viaje y las consiguientes labores desempeñadas aquel día. El señor Garcés y Horiulfo dirigiéronse, por su parte, a la taberna, do cenaba todavía gran parte de los concurrentes al evento y do, posteriormente, tuvo lugar una demostración de oscuras artes y sortilegios por parte de dos de los anfitriones. Por no mostrarse descorteses tras la invitación, y pese al evidente componente herético, decidieron no denunciar el evento ante las autoridades eclesiásticas, uniéndose así al resto de asistentes en sus aplausos. Sirviéronse también de esta ocasión para departir brevemente con viejos amigos y retiráronse temprano a sus aposentos, amenizando su marcha con ingeniosos juegos de sombras que adornaban el exterior de su tienda.


Ya en la mañana, con el ánimo revigorizado merced a un sabroso bizcocho, encamináronse al centro de la Villa, do había de tener lugar la inauguración oficial del encuentro y el subsiguiente pasacalles. Debieron de apresurarse, pero lograron, aunque por un corto margen, unirse a tiempo la comitiva.
Una vez que el desfile hubo terminado, adentráronse en la Iglesia y tomaron asiento para presenciar el concierto que los Joglars de Ripollet iban a interpretar a continuación. Fue éste un espectáculo digno de nobles palacios y grandes castillos, en el que la maestría con añafiles, rabeles, tambores y otros ingenios musicales fue solo comparable al dulce canto de los artistas.

De vuelta a las dependencias del castillo, sin tiempo que perder, asistieron a la presentación oficial de los grupos participantes. Y a renglón seguido, ya con la comitiva al completo tras la llegada del capitán de la guardia y una de las doncellas, sentáronse en torno a la mesa de la cantina junto con gentes llegadas de casi todos los territorios de la Corona.

La tarde aguardaba con una intensa agenda, especialmente para el Señor Garcés y Antonio, que debían tomar parte en la batalla, junto al castillo, para hacer frente a las hordas vikingas y a sus temibles berserkers. Fue una lucha sin cuartel, durante la cual las tropas cristianas se vieron mermadas por el abandono de los mercenarios almogávares que, al grito de “torna chunta”, alcanzaron un acuerdo más beneficioso con el bando nórdico, pasando así a integrar sus fuerzas. También Horiulfo integró el contingente cristiano en la retaguardia, si bien su apoyo fue más bien moral.
El Señor Garcés y Antonio (Capitán de la Guardia) listos para la batalla.
Mientras tanto, la Señora de Pallars se afanaba en sus labores, en el campamento, bordando hermosos motivos florales y atrayendo la atención de algunos visitantes (llegando, incluso, a tomar asiento junto a ella).


Se acercaba lentamente la hora marcada para el desfile de antorchas desde la Villa, pero aún había tiempo para que Don Lope y Doña María, acompañados por Horiulfo, asistiesen a la interesantísima conferencia sobre numismática medieval que la Compañía Almogávar de Çaragoça había organizado.
Quedó así el tiempo justo, antes de cenar, para que el Señor y la Señora pudiesen departir durante unos momentos con los maestros cetreros y ser retratados junto a uno de sus bellos ejemplares.

Uniéronse los Guardianes del Castellar, tras la preceptiva cena, a la comitiva del desfile de antorchas que, en su recorrido hasta el recinto amurallado, sirvió de preludio al solemne juicio en el que varias mujeres debían hacer frente a acusaciones de brujería. Ante la atenta mirada de todos los presentes, una de ellas fue declarada culpable y condenada a morir quemada. Aplicose la sentencia de manera inmediata, mostrando a los allí reunidos las consecuencias de alejarse de los designios de Dios, Nuestro Señor.


Fue Horiulfo el primero en levantarse en la mañana del domingo. Mas estando el campamento en silencio y dirigiéndose él al ejercicio de sus tareas, observó de nuevo a los extraños seres voladores que ya apareciesen sobre sus cabezas en la noche del viernes. Tras algunos minutos de observación, y determinado a ahuyentar a aquellas criaturas que perturbaban el descanso de su Señor, tomó su pica y la blandió amenazadoramente en dirección a ellas. No sabemos si fue por causa de esto o por mera casualidad, pero contaban los testigos que los monstruos desaparecieron casi de inmediato, como por ensalmo.

Quisieron los Arquers del Rei Jaume agasajar al Señor Garcés con actividades de entretenimiento y, acabado el desayuno, dispusieron lo necesario para iniciar un campeonato de tiro con arco frente a la puerta misma de su tienda, para su disfrute personal.
Preparación del campeonato de tiro con arco.

Aproximose de esta forma el final del encuentro, rematado por una ineludible visita a los mercaderes. No quedaba, pues, más que la despedida de los Guardianes del Castellar de todos aquellos con los que habían compartido campamento, mesa y batalla durante aquestos 2 días. Mención especial merece la Compañía de Arquers del Rei Jaume, a quienes hicieron entrega de una reproducción de la puerta de acceso a la fortaleza del Castellar, en señal de agradecimiento.


Cargáronse todos los enseres en el carruaje e iniciaron la ruta de regreso, añadido al equipaje nuevos amigos y experiencias que ocuparían sus pensamientos hasta el próximo encuentro.
Imagen grupal de la comitiva de los Guardianes del Castellar.


P.S.: El viaje de retorno estuvo marcado por una rara maldición que afectaba a los muebles fijados al carruaje; pero esa ya es otra historia....


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